sábado, 22 de octubre de 2016

SI TU CREES QUE PUEDO...


Buen día!
Hoy traigo por aquí  un tema sobre el que propongo que reflexionemos... y  lo hagamos en serio !pero sin seriedad!
El efecto que tienen lo que  las personas que nos importan, (y posiblemente las que no), tiene sobre el desarrollo de nuestras potencialidades.
Me egustarían muchos comentarios y opiniones que enriquezcan este espacio.
Namasté
Inés
 

 

¿De qué manera pueden verse alterados nuestros comportamientos a partir de las creencias que los demás tienen sobre uno? ¿Las expectativas favorables que sobre nosotros/as tiene nuestro entorno de afectos y amistades puede llevarnos a llegar más allá de lo que esperamos? O por el contrario, ¿cuántas veces ni lo hemos intentado o nos ha salido mal movidos por el miedo al fracaso que otros nos han transmitido, por su falta de confianza, por su invitación a la resignación y al abandono?

No es descabellado afirmar que cada día en nuestras vidas hay actos que suceden porque, consciente o inconscientemente, estamos respondiendo a lo que las personas que nos rodean esperan de nosotros, para lo bueno y para lo malo. Puede tratarse de la expectativa del amigo, de la pareja, del jefe e incluso de nuestros hijos. Lo que los demás esperan de uno puede desencadenar en un conjunto de acciones que nos lleven mucho más allá de lo que podemos imaginar, en lo mejor y en lo peor. A este principio de actuación a partir de las creencias y expectativas de los demás se lo conoce en psicología como el Efecto Pigmalión.
Tan curioso nombre nace de la leyenda de Pigmalión, antiguo rey de Chipre y hábil escultor. Ovidio en su “Metamorfosis” recreó el mito y nos contó que Pigmalión era un apasionado escultor que vivió en la isla de Creta. En cierta ocasión, inspirándose en la bella Galatea, Pigmalión modeló una estatua de marfil tan bella que se enamoró perdidamente de ella, hasta el punto de rogar a los dioses para que la escultura cobrara vida y, de este modo, poder amarla como mujer real. Venus decidió complacer al escultor y dar vida a esa estatua que se convirtió en la deseada amante y compañera de Pigmalión. La expectativa cargada de deseo se hizo finalmente realidad.
Como vemos en la leyenda, el Efecto Pigmalión es el proceso por el cual las creencias y expectativas de una persona respecto a otro individuo afectan de tal manera su conducta que el segundo tiende a confirmarlas. Un ejemplo sumamente ilustrativo del Efecto Pigmalión nos lo legó George Bernard Shaw, quien en 1913 creó, inspirado por el mito, la novela “Pigmalión” que años más tarde, en 1964, fue llevada al cine por George Cukor bajo el título “My Fair Lady”. En esta cinta, el narcisista profesor Higgins (Rex Harrison) acaba enamorándose de su creación, Eliza Doolittle (Audrey Hepburn), cuando consigue convertir la que es al inicio de la historia una muchacha desgarbada y analfabeta del arrabal en una dama moldeada a las expectativas fonéticas, éticas y estéticas del peculiar Higgins.

En el terreno de la psicología, la economía, la medicina o la sociología, diversos investigadores han llevado a cabo interesantísimos experimentos sobre la existencia y potencia del Efecto Pigmalión. Quizás uno de los más conocidos es el que llevaron a cabo en el año 1968 Robert Rosenthal y Lenore Jacobson con el título “Pigmalión en el aula”. El estudió consistió en informar a un grupo de profesores de primaria que a sus alumnos se les había administrado un test que evaluaba sus capacidades intelectuales. Luego se les dijo a los profesores cuáles eran, concretamente, los alumnos que obtuvieron los mejores resultados. Se les dijo también que era de esperar que estos alumnos destacados en el test de capacidades serían los que mejor rendimiento tendrían a lo largo del curso académico. Y así fue. Al finalizar el curso, ocho meses después, se confirmó que el rendimiento de estos “muchachos especiales” fue mucho mayor que el resto. Hasta aquí no hay nada sorprendente. Lo interesante de este caso es que en realidad jamás se realizó tal test al inicio de curso. Y los supuestos alumnos brillantes fueron un 20% de chicos elegidos completamente al azar, sin tener para nada en cuenta sus capacidades. ¿Qué ocurrió entonces? ¿Cómo era posible que alumnos corrientes fueran los mejores de sus respectivos grupos al final del curso? Muy simple, a partir de las observaciones en todo el proceso de Rosenthal y Jacobson, se constató que los maestros se crearon una tan alta expectativa de esos alumnos que actuaron a favor del cumplimiento de tal expectativa. De alguna manera, los maestros se comportaron convirtiendo sus percepciones sobre cada alumno en una didáctica individualizada que le llevó a confirmar lo que les habían dicho que sucedería.
Muchos otros estudios similares se han producido en los últimos años que han tendido a confirmar la existencia de este efecto, que por otro lado, es de puro sentido común. Sin duda, la predisposición a tratar a alguien de una determinada manera queda condicionada en mayor o menor grado por lo que te han contado sobre esa persona.
Otro llamativo caso sucedió en una conocida empresa multinacional fabricante de productos de alta tecnología. Los responsables del Departamento de Personal convocaron a una persona de su servicio de limpieza, en el último escalafón de la jerarquía de la organización, que ni tan solo tenía el bachillerato finalizado, y le dijeron al hombre en cuestión que era, entre todos los miles de miembros de la empresa, quien estaba mejor capacitado para, en el plazo de dos años, ocupar un altísimo cargo de responsabilidad técnica, y que para ello contaría con todos los medios y soporte de la multinacional. Las consideraciones éticas sobre este procedimiento darían mucho de sí, pero el caso es que esta persona no sólo llegó a desempeñar las funciones del alto cargo prometido en menos tiempo del previsto, sino que años después siguió prosperando en la organización siendo además una persona con un enorme carisma y consideración dentro de su área. La profecía se cumplió de nuevo a una velocidad y con un éxito extraordinario, más allá incluso de lo que los propios promotores del experimento imaginaban.

En efecto, le perspectiva de un suceso tiende a facilitar su cumplimiento. Y eso ocurre también en muchos otros ámbitos. En el terreno de la investigación científica o social, el investigador tiende muchas veces a confirmar sus hipótesis por descabelladas que parezcan; siempre existe el dato que todo lo confirma. En economía, un caso del cumplimiento del efecto Pigmalión a gran escala se vivió con la crisis económica de 1929. Si muchas personas están convencidas de que el sistema económico se hunde, se hundirá. Incluso hablando de nuestra propia salud, el Efecto Pigmalión se manifiesta en el también conocido Efecto Placebo. De este modo hay quien cree obtener del medicamento lo que necesita obtener cuando en realidad se trata de una pastilla de almidón, neutra, sin principios activos. ¿Por qué cura entonces, en determinados casos, un caramelo inocuo? Simplemente porque el médico nos dice que nos curará. Porque hay alguien en quien creemos que nos asegura que eso nos hará bien y porque deseamos curarnos.

Y claro, ¡cómo no!, volviendo al mito, Pigmalión también hace de las suyas en casos de enamoramiento. No son pocos los celestinos y las celestinas que han generado tórridas pasiones entre personas que, de entrada, no parecían tener química. En algunos casos ha bastado que el celestino en cuestión susurre al oído de las víctimas la insinuación del deseo del otro para que la mirada y el lenguaje del cuerpo cambien radicalmente la expresión que propicia una primera aproximación.
Incluso si analizamos las biografías de grandes genios, mujeres y hombres que a lo largo de la historia han hecho enormes aportaciones a la humanidad en terrenos tan distintos como la ciencia, el arte, el deporte, la empresa, etcétera, veremos que en muchos casos había una persona que tenía una fuerte esperanza depositada en el genio en cuestión y que sin ella, probablemente, la vida del genio habría sido radicalmente distinta.

Y es que Pigmalión tiene una explicación científica: hoy sabemos que cuando alguien confía en nosotros y nos contagia esa confianza nuestro sistema límbico acelera la velocidad de nuestro pensamiento, incrementar nuestra lucidez, nuestra energía y en consecuencia nuestra atención, eficacia y eficiencia.

Las profecías tienden a realizarse cuando hay un fuerte deseo que las impulsa. Del mismo modo que el miedo tiende a provocar que se produzca lo que se teme, la confianza en uno mismo, aunque sea contagiada por un tercero, puede darnos alas.

INFORMACIÓN traída desde el muro de Alex Rovira.
 

lunes, 17 de octubre de 2016

REINICIARNOS PARA RENOVARNOS




Tu vida tiene derecho a hacer borrón y cuenta nueva

En un vaso lleno ya no cabe agua. Este es uno de los principios fundamentales de cualquier tipo de cambio. Es imposible cambiar drásticamente tu vida y reescribir tu historia si no dedicas un tiempo para hacer limpieza en la maleta de tu experiencia acumulada.
Tu rompecabezas de la vida siempre se juntará en la misma imagen si utilizas los mismos elementos, no importa cuántas veces revuelvas las piezas.
Debes empezar la renovación consciente de tu vida con un total reinicio. No con la búsqueda de nuevos objetivos, no con las ideas de lo que vayas a ser dentro de cinco años, no preguntándote acerca de tu misión y objetivo en esta vida. Porque todos estos procesos te enredarían con tus ideas antiguas que, además, consumen mucha energía.
Debes empezar sacando toda la basura de tu vida: a nivel físico, energético y mental.

La acumulación descontrolada del pasado lleva a las siguientes dos cosas:
  1. Recreación infinita de los patrones de tu pasado. La vida empieza a parecer un déjà vu.
  1. Desaceleración del ritmo de tu vida, cuando miras a aquellas personas que logran hacer tres veces más que tú y no entiendes cómo es que tienen tiempo para hacerlo. El éxito en la vida y la realización en todos los campos únicamente es posible a alta velocidad.
Tiene caso realizar una gran limpieza en tres dimensiones: el pasado, el presente y, no te sorprendas, el futuro. Sí, en tu futuro ya hay montones de basura en forma de tus suposiciones acerca de cómo será; por lo tanto, también necesita una limpieza a fondo.
Propongo empezar con el presente. Es la dimensión más concreta porque está situada aquí y ahora. Deshacerse completamente del tiradero que está en tu interior y en tu entorno, te otorgará muchas fuerzas y energías frescas, lo cual vas a necesitar más adelante.

MUY FELIZ VUELTA A ESTE ESPACIO 
 
Abro espacio para al reflexión conjunta a través de tus comentarios.  

                     Inés  

Re-Escribiendo la historia de las mujeres



La construcción patriarcal de la diferencia entre la masculinidad y la feminidad es la diferencia política entre la libertad y el sometimiento.
Carole Pateman
La división sexual del trabajo, esto es, que los hombres y las mujeres realicen tareas diferentes, rememora la tradicional dualidad hombre-cazador versus mujer-recolectora. Da por supuesto que la caza requiere mayor fuerza física y velocidad, por lo que habría sido una labor propia de los hombres, mientras que la recolección de alimentos vegetales sería más compatible con la menor fuerza física de las mujeres y las restricciones impuestas por la gestación y el cuidado de la prole. Según este modelo, la división sexual del trabajo se habría originado por diferencias biológicas típicamente asociadas al sexo, es decir, a características «naturales» propias de los machos o de las hembras.
Sin embargo, cuando se intentan reconstruir comportamientos humanos de sociedades prehistóricas los datos empíricos disponibles son lamentablemente escasos. Tan es así que numerosos especialistas coinciden en que de dichas conductas solo pueden extraerse hipótesis más o menos sesgadas. En este sentido, la arqueóloga y catedrática del Instituto de Prehistoria y Protohistoria de la Universidad Erlangen-Nürnberg, Linda Owen, en 2014 apuntaba: «Los roles sociales de cada sexo predominantes en épocas lejanas, a duras penas pueden reconstruirse».
Ciertamente, en los modelos sugeridos con el fin de recuperar comportamientos de tiempos remotos, los prejuicios han sido tan difíciles de evitar que los estudiosos varones, blancos y europeos han analizado las sociedades del pasado desde una perspectiva masculina, blanca y eurocéntrica. De esta manera, las nociones y normas de la vida moderna se han extrapolado a pueblos de homínidos extintos, dividiendo convencionalmente las actividades de ambos sexos: ellos iban de caza y protegían a sus familias, ellas recolectaban hierbas y frutos y se ocupaban de los niños.
Esta suposición lleva implícito que los hombres eran activos, sumamente móviles y se desplazaban largas distancias tras sus presas, mientas que las mujeres se quedaban a la espera, pasivas y sedentarias, en un entorno físico limitado. Pero de esa imagen tan «natural» han ido surgiendo dudas y cuestionamientos cada vez más obvios; por ejemplo, Linda Owen se pregunta: «¿Cómo podían los hombres proteger a las mujeres y a los niños si se encontraban fuera del campamento la mayor parte del tiempo?»
El esfuerzo por describir las funciones sociales femeninas en pueblos antiguos (incluso muy antiguos) como si fueran un calco de la sociedad occidental del presente ha provocado en los últimos años encendidos debates y flagrantes contradicciones. Los desacuerdos, cada vez más profundos, fueron abriendo espacios para sospechar que dividir el trabajo en función del sexo ha tenido menos que ver con el respeto a la naturaleza y más con trasladar al pasado remoto una forma de pensar del presente.
Además, la comunidad académica ha equiparado casi por consenso las diferentes tareas con jerarquías de desigualdad, impulsando y fortaleciendo esa tendencia generalizada que presupone la universalidad del dominio masculino. Como no podía ser de otra manera, el resultado ha generado importantes distorsiones al interpretar de un modo replicante los orígenes del comportamiento de las sociedades humanas.
Por otra parte, el debate se vuelve más complejo porque un conjunto considerable de expertos no admite que otras especies de homínidos distintas de la nuestra hayan tenido división sexual del trabajo. Por el contrario, sostienen que el reparto de las tareas es un comportamiento propio y exclusivo de Homo sapiens, señalando además que su emergencia habría coincidido con la llegada a Europa de los humanos anatómicamente modernos, unos 40-50.000 años antes del presente. Siguiendo este modelo, solo nuestra especie habría alcanzado el pensamiento simbólico, el cual es capaz de definir categorías sociales y asignar tareas en el grupo. En consecuencia, la división sexual del trabajo habría sido el motor que condujo a sistemas de adaptación tan eficaces que permitieron a los humanos modernos explorar nuevos ambientes «hasta cada esquina del mundo».
En síntesis, parece claro que con los datos en la mano no puede establecerse con precisión si a lo largo de la evolución humana hubo o no división del trabajo en función del sexo. Para muchos autores, separar las tareas es un hecho universal, y sostienen que ese reparto se remonta hasta los orígenes de los primeros homínidos, hace alrededor de 6 o 7 millones de años. Para otros, por el contrario, se trata de un fenómeno propio y exclusivo de Homo sapiens y no tiene más de 50.000 años de antigüedad.

Nuevos hallazgos estimulan el debate

La encendida polémica sobre la división sexual del trabajo y sus orígenes se vio avivada en 2006 por la publicación de un artículo firmado por los antropólogos de la Universidad de Arizona Mary C. Stiner y Steven L. Kuhn. Estos especialistas defendieron una tesis sobre la organización de la vida de los neandertales cuyos ecos sobrepasaron el mundo académico y alcanzaron a los medios de comunicación y al público en general.
Los investigadores Stiner y Kuhn realizaron un minucioso estudio de numerosos huesos fósiles de Homo neanderthalensis, detectando que estos huesos presentaban cicatrices resultantes de fracturas producidas por la dureza de las condiciones de vida de aquellos humanos. Los autores separaron los restos óseos procedentes de hombres y de mujeres y los analizaron con gran detalle. Tras sus metódicas observaciones, llegaron a la conclusión de que no había diferencias en la morfología ni en el patrón de las cicatrices encontradas en los restos de uno y otro sexo. Interpretaron este hecho asumiendo que tal similitud sólo podía atribuirse a que las heridas óseas tenían un origen muy parecido y que, por lo tanto, probablemente las mujeres y los hombres neandertales llevaban vidas semejantes y realizaban trabajos análogos.
neander
Además, Kuhn y Stiner certificaron que la evidencia empírica señalaba con nitidez que las mujeres neandertales eran personas fuertes y autosuficientes, muy parecidas anatómicamente a sus compañeros varones. Esas pruebas contradecían el  comportamiento sedentario pues resultaba, cuanto menos, poco coherente. En palabras de los investigadores: «los esqueletos de las mujeres neandertales estaban tan robustamente construidos que parece improbable que ellas simplemente se sentaran en casa cuidando sus hijos».
En suma, en la cultura neandertal los hombres y las mujeres parecen haber realizado labores muy semejantes entre sí, lo que no impediría, advierten los científicos, que desempeñaran algunas labores diferentes, pero siempre dentro de un esquema general compartido.
Con todo, el debate no ha quedado aquí. En los últimos años se ha enriquecido considerablemente, al abrigo de los numerosos descubrimientos relacionados con el ámbito de la paleoecología, disciplina que tiene como objetivo reconstruir ecosistemas del pasado y configurar un punto de partida para conocer los diferentes recursos alimenticios que los homínidos tenían a su alcance, ponderándose las estrategias que seguían para aprovecharlos. Un enfoque que, además, también ayuda a visualizar la complejidad del comportamiento de nuestros antepasados, cómo era su organización social y, en definitiva, para calibrar su capacidad de adaptación al entorno que habitaban.
Gran parte de estos novedosos estudios se han basado en el examen de dientes fosilizados y en el patrón de desgaste dental observado. Pero, como ha apuntado el profesor Nathan H. Lents, «hasta muy recientemente, nadie se había planteado si las marcas observadas en los dientes de los neandertales eran distintas entre los hombres y las mujeres. Cuando lo hizo un equipo español, los resultados fueron sorprendentes».
Los investigadores muestran una ilustración de los neandertales. Foto CSIC.
Antonio Rosas y Almudena Estalrrich muestran una ilustración de los neandertales ayudándose
de la boca para realizar tareas cotidianas (Comunicación CSIC).
El citado equipo estaba compuesto por los científicos del Museo de Ciencias Naturales de Madrid, CSIC, la doctora en paleontología Almudena Estalrrich y el prestigioso experto en neandertales, Antonio Rosas. En 2005 publicaron un interesante estudio centrado en los dientes fósiles de Homo neanderthalensis y su posible relación con la división sexual del trabajo. La investigación desvelaba un perceptible desgaste dental en los incisivos y los caninos, al apreciarse una serie de marcas o huellas. Dichas marcas sugerían que, a lo largo de sus vidas, los neandertales habrían usado la dentadura para manipular objetos al sujetarlos o sostenerlos con la boca tal como si fuese una «tercera mano».
yacimientos-estudiados
Concretamente, Estalrrich y Rosas examinaron con detalle las estrías o rayas superficiales y las melladuras o golpes presentes en los incisivos y caninos de 19 individuos procedentes de los yacimientos de l’Hortus (Francia), Spy (Bélgica) y El Sidrón (España). Los dos tipos de marcas analizadas se debían a prácticas o actividades no masticatorias. Las estrías mayormente resultan de una tarea repetitiva basada en sujetar o estirar pieles, fibras vegetales u otros utensilios que puedan sostenerse con la boca. Las mellas, por su parte, son probablemente el resultado de un trauma, ya sea por incidir contra algo muy duro o porque el diente se quiebra mientras realiza alguna función.
Tanto los hombres como las mujeres presentaban estrías en la cara labial (frontal) de sus incisivos, pero esas estrías eran considerablemente más largas en las mujeres. Esto no indica que ellas usasen sus dientes para más tareas que los hombres (lo que habría causado estrías más profundas, no más largas), sino que los empleaban para tareas distintas. Además, pese que ambos mostraban mellas, éstas estaban en zonas diferentes. Los hombres típicamente las mostraban en los dientes de arriba, mientras que las mujeres las tenían en los dientes de abajo.
Diente de la mandíbula de un neandertal (cueva de El Sidrón).
Diente de la mandíbula de un neandertal,
cueva de El Sidrón (Comunicación CSIC).
Los autores concluyeron que las diferencias detectadas en el patrón de desgaste dental no masticatorio, aunque sutiles, parecen indicar que las mujeres y hombres neandertales utilizaban sus dientes con fines algo distintos. Cabría entonces pensar y deducir que la división del trabajo por sexos no ha sido una característica específica de Homo sapiens, sino que, por el contrario, los neandertales de hace unos 40.000 años ya dividían algunas de sus faenas entre mujeres y hombres. Los científicos no tienen claro qué actividades eran las que realizaba cada sexo, pero sí consideran probable que la especialización o división del trabajo estuviera limitada a unas pocas labores.
Tanto Antonio Rosas como Almudena Estalrrich ponen el acento en la importancia que tiene la posible separación de las faenas según el sexo, incluso aunque sea reducida, porque viene a sumarse al incremento que han experimentado en estos últimos años nuestros conocimientos sobre la cultura de los neandertales.
De hecho, los datos más recientes no sólo sugieren que nuestros parientes vivieron en comunidades socialmente complejas, sino que en sus sociedades las mujeres fuertes, vigorosas y autosuficientes, con toda probabilidad participaban en la vida comunitaria como sujetos activos, trabajando codo con codo junto a los hombres con el fin de adaptarse y sobrevivir en aquellos ecosistemas duros y difíciles.
En suma, el añejo modelo femenino de sumisión, pasividad y dependencia, tan querido y alardeado por el pensamiento convencional de nuestras sociedades occidentales, se está desmoronando con gran estruendo. Cambia el paradigma dominante, toda una revolución y reconversión de ideas-fuerza en esa nueva mirada interpretativa.

Referencias

Sobre la autora

Carolina Martínez Pulido es Doctora en Biología y ha sido Profesora Titular del Departamento de Biología Vegetal de la ULL. Su actividad prioritaria es la divulgación científica y ha escrito varios libros sobre mujer y ciencia

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